Adriana Bracho

Nací en Caracas con raíces venezolanas de varias generaciones por los 4 costados. De allí que no me resultara factible residir en otro país, no obstante, la historia fue otra. Mi primera estadía fuera fue en Francia, entre 1966 y 1968 por un año sabático de mis padres. No sé exactamente desde cuándo me llamó la atención la música, pero recuerdo que estando por aquellas tierras, alguien me regaló un acordeón de juguete que me gustó mucho. Además de los tradicionales botones, tenía un teclado. Tal vez de él fue que saqué la idea de querer estudiar piano. De vuelta en Caracas, las circunstancias parecían propicias para hacerlo, tenía 9 años. Pero me enteré de que las compañeras de clase que tocaban piano y órgano habían comenzado a los 4 y 5 años… Junto a tan terrible sorpresa, mi conclusión -totalmente personal, radical e inconsulta- fue que ya estaba muy vieja para eso… En ese momento privé al mundo de una concertista 😅

Para compensar la desilusión, pensé que tal vez podría aprender a tocar guitarra. Pero el profesor al que mi mamá contactó le dijo que tenía que empezar por el cuatro. Comencé entonces -un poco a regañadientes- con el “cambur pitón” y los libritos con la chuleta de dibujos de la mano izquierda pisando trastes y la derecha rasgando el ritmo, hasta que el profesor -poco tiempo después- desapareció. Siguiendo con la terquedad musical, quise entonces entrar a la coral del colegio, pero no, tampoco fue posible. Hacer una prueba delante de todos los aspirantes no era algo para lo que estuviera preparada, después de todo mi idea era cantar en “coro” no en solitario.

Por fortuna las cosas cambiaron en bachillerato cuando convocaron para formar una coral. Y no es que para entonces ya hubiera perdido el miedo escénico, más bien creo recordar que las pruebas las hacía el director en privado. Fue así como finalmente entré a formar parte del coro como contralto… ¡Felicidad plena! El director era Leonardo Panigada, alumno de Alberto y para mayor dicha, quien le hizo la suplencia en la CUSIB en 1978. El mismo año en el cual ingresé a la Universidad y, por supuesto, a la CUSIB.

Si bien con el coro del colegio descubrí la magia del canto coral, las vocalizaciones, los ensayos, los conciertos, los cantos comunes, los eventos, etc, en la CUSIB la magia llegó a su máxima expresión con los montajes sinfónico corales, las óperas y, por supuesto, la gira internacional de 1980.

Luego de salir de la USB, tuve la oportunidad de participar en el coro de la empresa donde trabajaba, así como en la Schola Cantorun (alrededor de 1 año). También de ser parte de la fundación y primeros ensayos de Ave Fénix, antes de volver a dejar Venezuela por unos meses debido a motivos laborales.

Si bien es verdad que no me he mantenido cantando con la misma constancia de otros compañeros, la conexión que nació en los 70 sigue tan vigente que cuando en 2020 comenzamos a formar lo que hoy es la Asociación Civil CUSIB GLOBAL, no dudé ni un instante en ser parte activa de ella.

Celebro y agradezco que hoy, más de 40 años después, esté ensayando para reencontrarnos en Madrid y volver a cantar junto a Alberto y María tal como lo hemos venido haciendo desde la adolescencia.

Desde el punto de vista profesional, egresé de la USB como Ingeniero de la Computación y trabajé como tal en la Industria petrolera hasta el 2003. Luego, las circunstancias me llevaron a optar por dedicarme a otra de las actividades qué, como la música, estuvieron siempre trabajando a la sombra, pero muy cerca de mi corazón: las letras. Y es que un par de años después de graduarme de la USB, ingresé a la UCV para hacer una Licenciatura en Letras, una “carrera” que hice con calma y disfrute pleno.

Como Licenciada, trabajé en un par de Editoriales hasta el 2012. A partir de entonces he ejercido de forma independiente como Asesora editorial, generadora de contenido y correctora de textos. En el año 2000 obtuve el premio mención ensayo del I Concurso para la selección de obras de autores inéditos de Monte Ávila Editores, con la que fuera mi tesis de grado de la UCV: A la sombra del alma. Doña Bárbara en el quehacer venezolano.

Como cierre de esta breve historia, tengo que contarles que, a pesar de todo, no me quedé con las ganas de «tocar» piano. A mediados de los 90 tomé algunas clases y me di el gusto de lograr entonar algo parecido a Los pollitos, Noche de Paz y con mucha menos gracia, Para Elisa… y es que cumplir los sueños, a pequeña o gran escala, siempre vale la pena.

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