(In memoriam: Orfeón UCV 1976 – II – )
Porque todo lo que hacemos es un homenaje a la vida y a aquello que nos ha unido en el canto coral y nuestra memoria se entrelaza por caminos insospechados, queremos en esta «nota», dejar constancia de las sendas -como aquellas catalanas del Bosque de Collserola- por donde transitan nuestros recuerdos para conducirnos a ese lugar mágico donde ocurren las cosas que merecen ser vividas y contadas.
Verán ustedes cómo estas semblanzas nos llevan de la mano a esa pradera donde se elevan las oraciones de nuestros cantos para el dulce renacer de la vida, siempre.
Raimundo me ha hecho llorar dos veces
(En ocasión del estreno de Locus Iste grabado por nuestros compañeros. Un recuerdo para agradecerles el video.)
Esta pieza no la canté yo… Porque no consigo rastros en mi memoria de ella… Aunque es probable, que el tiempo la haya arrasado. Pero la paz que se desprende, los verdes del fondo, y las fotos de acompañamiento del video, me encantaron.
Por la mañana, cuando te levantas y lo primero que buscas en el móvil es saber cuántos mensajes se han producido durante la noche, y te consigues esta sorpresa, aparte de la reconciliación con la vida, ese lugar perfecto hecho por Dios- cualquiera que sea tu divinidad-, estarán de acuerdo que es la mejor manera de empezar el día. Y por eso, gracias Máximo, y a Mariflor, Mariana y Ray.
Traté de recordar porque no la canté (o porqué no la recuerdo…) pero mi cabeza no podía quitarse de en medio, la imagen de Ray, de bajo, barba blanca, en algún lugar de Canadá y quizá sea la misma cara que me hizo llorar la primera vez.
No creo que se atreva a negarlo, porque ese grupo de bajos mayores, cuando entré a la CUSIB, también eran como mentores de nosotros los nuevos. Eran y siguen siendo los sabios, los Raimundo, los Anderson, que marcaban la pauta de los bajos…(“¡¡¡Bravo Bajos…!!!”, es copyright de Bernardo y rueda por todas las corales de Venezuela… y mas allá).
Las voces profundas también eran escudos para sensibilidades y para no exponer precariamente, la bondad y lo buena gente que son.
Cuando llegamos a Barcelona, en la Primera gira -1977-, desde Aberdeen, nos esperaba el protagonismo de ser el coro venezolano después de la tragedia de las Azores. Y fuimos el coro guía, en una misa que se celebró en un bosque- de cuyo nombre no me puedo acordar tampoco-. En aquella misa, nuestro coro estaba en la parte delantera de la ceremonia, justo en frente del altar, y detrás todos los demás coros mezclados con la naturaleza y profundidad de aquel bosque.
Tuve la fortuna de ver de frente a los coros, porque mi experiencia de seminarista me escogió para una de las lecturas y podía ver aquella multitud de coralistas, acompañándonos en una ceremonia de recuerdo para los caídos en las Azores.
Nuestro grupo, cantaba y seguíamos con tristeza el momento, y algunos que otros se desahogaban en lágrimas. Nosotros los bajos, no.
Pero mirándolos de frente descubrí que aquel grandote que estaba al fondo estaba llorando y ya no pudimos contenernos. Ese fue un momento mágico de los muchos que vamos a vivir y que seguramente no olvidaré. Todos llorando sin consuelo en aquel bosque, recordando a los muchachos del Orfeón.
Eran lágrimas de desconsuelo, y sin parar, y ese día, al mirar a Ray que no podía- o no quería contenerse- arranque a llorar. Siempre he sido y sigo siendo, de fácil lágrima. Solo que a esta altura, ya no necesito contenerme. Pero ese día, Ray me hizo llorar por primera vez.
Evocación Polifónica (Voces de la Coral Universitaria Simón Bolívar)
Bajo la mirada celeste del universo, el verde abrigo de los árboles y el suave rumor del baile de las ramas, nos reunimos en los Bosques de Collserola el 4 de septiembre de 1977, para honrar la vida y el canto de otras voces. Fue una mañana fresca de verano y aquel hermoso parque a las afueras de Barcelona, nos abría sus puertas y con ellas, tristes ecos del pasado.
Acudimos allí tras la invitación para cantar en la misa que tendría lugar en el marco del Festival Internacional del Canto Coral de Barcelona. Y no podría haber sido más emotivo y conmovedor lo que se constituyó en el cierre de la que fuera nuestra primera gira a Europa: la misa por el 1er aniversario de aquel fatídico y desgarrador 3 de septiembre de 1976. El día que partió en dos la historia coral venezolana tras recibirse la noticia de que un avión Hércules de las Fuerzas Aéreas de Venezuela, con cincuenta y dos integrantes del Orfeón de la Universidad Central de Venezuela, se había estrellado en las Islas Azores, elevando sus almas al cielo desde un amasijo de hierro y llamas.
Alentándonos unos a otros, nos apiñamos para cantar distribuidos más cercana e informalmente de lo acostumbrado para una presentación. Alberto, al frente, se erguía como un faro en aquella tormenta de emociones. De su mano partió el primer verso del Cántico de Vicente Emilio Sojo…
Vuela alma mía
hacia el confín
hondo y sereno
del azul
rompe tu jaula
de Marfil
deja en sus ruinas
Tu dolor.Allá en lo azul los lirios
Cántico,
ornan alcázares de ensueño
arpas de estrellas
melodizan los ritmos
y teorías de mil auroras
van cantando sobre las nubes
su fresca juventud.
música y letra de Vicente Emilio Sojo
Comenzamos a cantar, a sollozar, a llorar. Voces y lágrimas entrelazándose en un gemido canto al unísono. Cantar, con aquel grueso nudo en la garganta y en el alma, fue un desafío de dimensiones insondables. El parque -nuestro escenario- se había convertido en un altar de recordación. El sol se colaba entre las hojas, exaltando con su luz la tristeza profunda de los rostros de los asistentes, el brillo incandescente de las flores que lucían mucho más blancas y la certeza hiriente de la ausencia de nuestros compañeros coralistas.
Cada rincón, cada nota, cada sensación, revivía momentos de muchos compañeros que habían cantado con nosotros en alguna ocasión. Un par de años atrás, por ejemplo, ambas agrupaciones habíamos participado en un montaje sinfónico coral, de manera que el recuerdo era cercano. Pero también nos invadía una sensación de extrañeza, de estar usurpando un lugar que no debió ser nuestro sino de ellos. Al fin y al cabo, habían viajado para ser parte de la edición anterior de ese mismo Festival. Era un sentimiento de culpabilidad inaudito en medio de caras desencajadas y espectadores cabizbajos.
Los recuerdos de las ambulancias, los carros fúnebres, los vehículos de Defensa Civil transportando las urnas con nuestros compañeros del Orfeón de la UCV y el homenaje final frente al Aula Magna, se entrelazaban en nuestras mentes con el cantar.
El entierro en el Cementerio del Este, bajo la luz fría de las lámparas gigantes de los bomberos, emergían mientras la melodía se tejía con hilos de pesar y gallardía.
Pero también, más allá del dolor, teníamos la certera sensación de que en ese instante sus voces cantaban con nosotros desde el confín. En cada nota, una memoria; en cada armonía, una lágrima; y por ellos, sentirnos bendecidos de lograr mantener el canto.
Cada frase del Cántico, que habíamos interpretado infinidad de veces en el pasado, resonó entonces en nuestros corazones con un sentido profundo de propósito. Fue un momento sagrado en el que nuestras voces se elevaron como un tributo. Como una forma de traer consuelo y esperanza a quienes lloraban la pérdida. Como expresión de nuestro amor, gratitud y respeto por aquellos que, como nosotros, compartían la pasión por el canto coral y la música. Era el canto coral como un bálsamo para el alma tejiendo conexiones etéreas con los compañeros que habían partido, porque cantábamos para y por ellos, con el corazón pesado y lleno de un dolor inmenso.
El silencio que siguió a nuestra interpretación fue un eco de ausencia y homenaje, mientras nuestros sollozos se alzaban como un último adiós. Buscamos expresar lo inexpresable ante el duelo profundo por la pérdida de nuestros hermanos. Aún hoy, tras los duros años de la pandemia, mientras el Orfeón de la UCV resuena de nuevo por toda Venezuela con una fuerza y un sonido muy especiales, descubrimos que la vida se renueva día a día, que el amor es eterno y que la música es el hilo conductor de ese amor.
Nuestras voces siguen vibrando marcadas por la impronta emocional de aquel día, en honor a aquellos que se fueron y no pudieron seguir cantando, pero qué, no tenemos la menor duda, estarán por siempre en nuestros corazones y en el suave rumor del baile de las ramas en los Bosques de Collserola.
Nota:
A diferencia de lo hecho en números anteriores, la presente polifonía fue elaborada a partir de siete textos cortos (cada uno con enlace al original) escritos por Alina Agüero, Zoila Arreaza, Juan De Freitas, María Isabel (Marrí) López, Raymundo Mussa, Milagros Semprún y Venus Suárez, que fueron unificados usando herramientas de inteligencia artificial. Los parámetros solicitados a la aplicación fueron: combinar los textos entrelazándolos de forma poética y eliminando redundancias.
Luego, el resultado propuesto por la IA fue sometido a una exhaustiva revisión y edición de estilo por parte de Adriana Bracho, incorporando, además, información suministrada por Sergio Vitolo.
Participaciones:
Un instrumento para que sus voces sonaran, por Alina Agüero
Sus voces cantan desde el cielo, por Zoila Arreaza
Un minuto de silencio embargado de sollozos, por Juan de Freitas
La emoción fue muy profunda, por Raimundo Mussa
La música es el hilo conductor del amor, por María Isabel López
El Orfeón de la UCV se escucha con fuerza por toda Venezuela, por Milagros Semprún
Nuestras voces se elevaron como un tributo, por Venus Suárez
Quedó buenísimo…todo un tesoro para la historia