Un homenaje a nuestro querido Miguel, «El hombre del cambur»

Hoy les traemos esta reseña sobre una persona muy entrañable para CUSIB Global. Miguel Astor ha estado presente de una forma o de otra en la actividad y la vida musical de los años gloriosos de la Universidad Simón Bolívar. Y sigue acompañándonos desde la distancia brindándonos su arte y haciendo posible que esta historia continúe llenando de música e ilusión nuestras vidas, porque además de ser lector y comentador insigne de este espacio virtual llamado Bloguetín, siempre dándonos ánimo y felicitándonos, Miguel realizó el arreglo de la pieza más significativa estrenada en el concierto «Voces que abrazan», el Cántico Espiritual compuesto por Pantelis.

Desde aquí le enviamos un afectuoso saludo y nuestro deseo de que esta historia se prolongue por muchísimos años.


El hombre del Cambur

Por Miguel Astor

¿Fue Nerio? ¿Fue Jorge?

Seguro fue uno de los dos, pero ¿de dónde sacaron eso? Hubo un tiempo en que Nerio y Jorge empezaron a llamarme “el hombre del cambur”, y durante meses hice maravillas para que el bullying de los amigos no trascendiera. Tuve éxito, debo decir.

Llegué a la USB casi que por error. Es más, siempre pienso que fue un extraño azar lo que me llevó a estudiar en la Simón Bolívar. Vengo de un Liceo experimental público, el “Urbaneja Achelpohl” que se caracterizaba porque sus bachilleres egresaban con el doble título de Ciencias y Humanidades, aunque no se veían todas las materias que normalmente se ven en un bachillerato en Ciencias o en Humanidades. Cuando rondaba el 5º año de bachillerato, ya el gusanillo de la música me había picado y me debatía entre ir a la Universidad y estudiar una carrera liberal como todos aspiraban o entrar al incierto arcano de la música que en ese momento no había para estudiarla más que las tradicionales Escuelas de Música y los Conservatorios, que no tenían reconocimiento oficial y que no otorgaban legalmente un título profesional. En ese trance llegó la temporada de ingresos a las universidades y fui con un grupo grande, no muy convencido la verdad sea dicha, a presentar el examen de admisión de la Universidad Simón Bolívar, adonde yo no quería entrar.

Llegué tarde al examen de admisión y el profesor que administraba la prueba (recuerdo su apellido “Ebillar”) me miró con reprobación y me dijo severamente: En esta universidad no nos gusta la gente que llega tarde. Me senté en silencio y comencé a llenar la prueba respondiendo todo al azar. Solo me ocupé de pensar la parte de razonamiento lógico y a los cinco minutos estaba devolviendo la prueba al profesor que debe haber pensado que yo no podría entrar de ninguna manera a la universidad. Cuando dieron los resultados, vi con sorpresa que de los 33 que fuimos a presentar habían admitido solamente a cuatro o cinco y yo estaba en esa pequeña lista de privilegiados.

Miguel Astor, Compositor
Ilustración de Daniel Bastidas @danubastidas

Comencé entonces una carrera con una indisposición absoluta, solamente porque me apenaba que tantos compañeros que deseaban entrar no pudieron hacerlo. Y desde el principio me sentí muy extraño a la universidad y a su sistema que me parecía que no permitía que uno formara lazos con la institución. Uno siempre estaba cambiando de sección, viendo caras nuevas en enormes secciones de más de 80 estudiantes y el centro parecía ser siempre lo académico. Cosa lógica por lo demás, porque a eso es a lo que uno va cuando entra a la universidad. Como yo seguía con la pasión por la música ingresé al Grupo Instrumental que dirigía el entonces muy joven maestro Alfredo Rugeles, del cual había tenido noticias antes de ingresar a la USB, y que por aquellos días ensayaba en un pequeño auditorio de la Casa del Estudiante. Paralelamente  comencé estudios de Teoría y Solfeo en el sitio que consideraba mi lugar en el mundo, la Escuela de Música “Juan Manuel Olivares” con el maravilloso maestro Álvaro Fernaud, pero eso es otra historia.           

Estar en el Grupo Instrumental fue algo muy especial para mí. Los escasos dos ensayos semanales eran un oasis que disfrutaba en medio de aquel mar de números que eran las materias de la universidad. Aprendí todo lo que supe por mucho tiempo de armonía popular. Aprendí a acompañar, a improvisar muchísimo antes de estudiar formalmente armonía en el Conservatorio. Y como yo leía, una vez tocando un arreglo de Alfredo del vals “Morir es nacer” toqué los bajos para la guitarra que estaban escritos en la partitura. Todos voltearon, entre ellos un sorprendido Alfredo, porque al parecer era la primera vez que escuchaban esas notas en un ensayo. Elías Fernández, mi compañero guitarrista simplemente dijo “el muchacho promete…”

En el Grupo Instrumental tocaba violín un excelente músico nativo de Coro, llamado Carlos Díaz a quien los demás llamábamos cariñosamente “El Chivo”. Un día Carlos me pidió que lo acompañara con el piano en un concurso de instrumentistas que iban a hacer con los estudiantes de la USB, y tocamos el tema de la película “Love Story” en violín y piano, poniendo yo todo el “veneno” que había aprendido en el Grupo Instrumental. Carlos ganó el concurso (en realidad creo que arrasó), y espero que haya sido en parte por el “veneno” del piano.

En fin, el Grupo Instrumental fue una escuela para mí, y creo que para muchos que pasamos por allí. Gracias a Alfredo entré a la clase de Yannis Ioannidis de composición, que fue mi primer acercamiento con esta disciplina.  Pero, siguiendo con la historia, un día casi todo el Grupo decidió entrar en la Coral Universitaria Simón Bolívar que dirigía el maestro Alberto Grau. Ese día nuestras vidas cambiaron. Ya yo era para Nerio y Jorge, “el hombre del cambur”. Y pronto comencé también a estudiar dirección coral con el mismísimo Alberto Grau.

Son muchas las cosas que la Cusib nos dejó, algunas de las cuales he referido en otros escritos como el inolvidable solo de Salomón Cohen del “Jerusalén de oro” en la Unión Israelita de Caracas o el día aquel que Sergio Vítolo se adelantó un compás (sí, Sergio, fuiste tú, yo estaba al lado tuyo) y  detuvo un ensayo de una orquesta y de un coro en el acto. Recuerdo un día que estábamos cantando en lo que era la Gobernación del Distrito Federal en plena Plaza Bolívar de Caracas y como después de escuchar uno de nuestros cantos un señor muy humilde se levantó entusiasmado de su silla y gritó “¡viva el maestro Vicente Emilio Sojo!” con una emocionada sonrisa.

Pero quizás el recuerdo más intenso que tengo fue de la preparación de la gira a Aberdeen, a la cual no pude ir con muchísimo dolor pero para la que asumí todos los ensayos y todo el trabajo previo que Alberto le impuso a la Coral. Recuerdo en especial una noche en la Llamozas, los ensayos comenzaban bastante tarde como a las 9:00 o 10:00 pm, en que Alberto decidió lanzar el repertorio de la gira completo en orden inverso, es decir empezando por la última pieza (el “Son de la Loma” en su exitoso arreglo) y terminando por la primera (el “Victimae Paschali Laudes”, canto gregoriano de Wipo de Borgoña). Cuando teníamos como dos horas cantando, cerca de la medianoche, tocaba comenzar el bellísimo responsorio de Tomás Luis de Victoria “Animam meam dilectam”, y tal era el nivel de concentración que tenía el coro en ese momento que aún recuerdo el sonido del primer “A” de los tenores. La pureza de esa nota era algo difícil de describir y más difícil aún de olvidar. Pero lo más increíble es que ese momento fue la única vez, la única vez repito, en toda la vida, en que escuché decir a Alberto dos palabras:

            -Perfecto, tenores.

Creo que todos los tenores nos asombramos tanto que nos volteamos a ver las caras por lo que Alberto tuvo que volver a empezar la pieza con la exigencia extrema de siempre. ¡Cómo olvidar la cara de asombro de Paco Astorga o la de Winston Velásquez!

Después de la gira a Aberdeen acompañé a la Cusib unos cuantos meses más hasta que ya no pude seguir con el ritmo de ensayos en la universidad.  Ese año dirigió a la Coral un buen amigo, Leonardo Panigada, ya que Alberto estaba de año sabático en Inglaterra. Pero se dio el caso que el día que ya había formalizado mi retiro de la Cusib, la Coral tenía una presentación en la Casa del Escritor en la esquina de Velásquez y no sé qué inconveniente se le presentó a Leonardo que me llamó y me pidió encarecidamente si podía ir a dirigir a la Cusib, porque si no, habría que cancelar la presentación. Así que esa fue la única vez que se cumplió mi sueño de dirigir a la Cusib, mayormente madrigales venezolanos que no me sabía, pero que la Cusib solo necesitaba que le dieran el primer levare y ellos harían el resto.

Sucedió que cantando mi arreglo de “Los Pollitos”, alguien se adelantó y como es una pieza tan contrapuntística todo se volvió un desastre. Paré en seco al coro que me miraba aterrado y decidí comenzar nuevamente la pieza. No sin antes volverme al público y excusar “nuestro” error diciendo algo así como: “Estimado público, vamos a comenzar de nuevo, porque a nosotros nos gusta hacer las cosas bien”. La gente lo tomó con mucha comprensión y nos aplaudieron y,  finalmente, todo fue un éxito. Recuerdo que fui un día más a despedirme de los muchachos y después que Leonardo presentó el ensayo, Paco Astorga gritó “viva Miguel Astor”. Me fui,  pero el cariño de los amigos se quedó conmigo.

Y a todas estas pasé por la Cusib con discreción, de manera que me las ingenié para que nunca nadie supiera quién era “El hombre del cambur”. Hace poco un amigo de aquellos años me recordó que cuando yo iba a su casa me comía todos los cambures que tenía su mamá. Yo me imagino que por allí andaba la cosa. Había estado en la Universidad hasta otro día en que la Cusib definió nuevamente mi destino. Esto fue quizás unos meses antes de Aberdeen. Fue el día en que se graduó nuestro querido Orlando Castillo. Él tenía unos cuantos años en la USB y aquello fue un acontecimiento en la Coral. Pero ese día, cuando vi que si seguía en la universidad solo podría aspirar a graduarme como Orlando, de ingeniero o matemático, tomé la decisión de irme y no mirar atrás. Muchas veces me he preguntado qué hubiera pasado si hubiera seguido, qué pudiera haber hecho con una carrera científica y en cierto modo lamento no haber tenido un poco más de paciencia y de disciplina para culminar exitosamente esa etapa de la vida.

Pero hemos hecho lo que hemos podido, y nunca podré estar suficientemente agradecido por haber encontrado en la Universidad Simón Bolívar a mis amigos más queridos, a mi maestro entrañable y el camino que seguí después de todo y en el que he sido feliz.

Recordando al joven Miguel Astor

Por Nelson Machado

Nelson Machado

Conocí a Miguel Astor en los ensayos del Grupo Instrumental USB, entonces dirigido por Alfredo Rugeles, en la casa del estudiante. Recuerdo a Elías Fernández (Alirio Elías para nosotros) comentando que Miguel había llegado a ponerle orden a las «cabras» en las guitarras, pues les hacía tocar lo que estaba escrito. Previo a aquellos ensayos, también lo recuerdo en el piano tocando el tema de la película «El golpe” o desarmando con Rafael Jaimes las armonías en el piano de “Year of the cat”, de Al Stewart (si, el hermano de Juan Carlos Jaimes, quien también ha dedicado, en USA, su vida profesional al mundo de la música).

Recuerdo también cuando la Cusib pidió que algunos miembros del grupo instrumental acompañaran al Coro en un concierto de música latinoamericana en el auditorio del Banco Central y recuerdo también su emoción al contarnos que se iba a incorporar a la Cusib, después de esa experiencia. Semanas después, cuando asistí al primer ensayo como coralista, ya Miguel estaba sentado allí. Recuerdo sus dudas vocacionales entre la música y la física.

Recuerdo cuando nos invitó, a algunos excusibistas, músicos amigos y otros coralistas jóvenes, a preparar durante varias semanas, su concierto de grado como Director Coral en la sala Ribas, en aquel «Ventetú» de lujo que armó para la ocasión. También recuerdo una reunión donde estuve presente, quizás por razones profesionales, en su oficina de la Escuela de Artes de la UCV, junto a Mariantonia Palacios y Juan Francisco Sanz, conversando sobre temas docentes y administrativos.

Recuerdo a Miguel sentado a mi izquierda, en el Centro Cultural Chacao, susurrando entre piezas, sus impresiones del concierto de Madrigales Venezolanos de la Schola Cantorum. Lo recuerdo dirigiendo a su Cantoría de Caracas en el auditorio de Unearte. Recuerdo cuando la Orquesta Sinfónica Gran Mariscal de Ayacucho, dirigida por Ana María Raga, estrenaba una de sus obras en el auditorio de la Universidad Metropolitana. Miguel celebraba que estaban allí, casualmente, varios miembros del Grupo Instrumental USB, a quienes reunió en el hall de entrada para tomarnos una foto que quien sabe dónde estará.

Lo recuerdo presente en los primeros ensayos de Ave Fénix. Lo recuerdo nervioso, en el auditorio de la Asociación Cultural Humboldt, antes de dirigir a la Schola Cantorum, en un concierto memorable donde los directores fueron Rosa Briceño, María Adela Alvarado, Miguel Astor y Alfredo Rugeles. 

Así como al Padre Vinke, se me hace muy difícil llamarlo Ramón, a Miguel Astor, también se me hace difícil llamarlo Miguel. Es el Profesor Astor o el Maestro Astor desde el respeto y la admiración que le tengo. 

Décadas han pasado desde los días en la casa del estudiante, hasta el último encuentro virtual que hemos tenido alrededor del Cántico Espiritual en Cusib Global. Testigo he sido, en un segundo o tercer plano, de su trayectoria. Espero continuar siéndolo.  Un honor.

Sin embargo, lo que siempre me trae a la cara una sonrisa, es recordar su humor fino y elegante, así como su ironía y su sarcasmo cuando se trataba de fastidiar a algún incauto magallanero como yo, mientras celebraba los éxitos de sus gloriosos Leones del Caracas.

Algunas de sus tantas obras, las pueden encontrar en su cuenta de Facebook. Con las herramientas de hoy en día, las tenemos al alcance de unos clicks.

Seguimos siendo afortunados.

IV Maestro CUSIB Global:
Miguel Eduardo Astor Salazar

Por Jorge Sequera Ojeda

Jorge Sequera Ojeda, CUATRO: Aquiles Torres / TAMBOR: Aquiles Toco.

Conocí a Miguel cuando era un muchachito y yo también.  Y desde entonces, hemos procurado mantener esa condición con algunos inconvenientes menores, que en realidad son detalles que creemos firmemente han pasado inadvertidos. 

Miguel parecía no pertenecer a ese ambiente académico libroso de la USB, y yo tampoco. Yo había aterrizado en Sartenejas, huyendo  subrepticiamente de los curas y de la liturgia. Y él, quería ser músico porque eso de ser básico-unero con guitarra le llenaba más.

Miguel, flaquito y desgarbado, por los años 70 y pocos, cuidando una guitarra y comiendo siempre un cambur, por las pasillos de básico 1, en la USB. Parecía siempre un escapado de clase, con su almuerzo o merienda, y en lugar de libros, una guitarra en la espalda que no le abandonaba.

Así lo encontramos Nerio Casanova  y yo. Nosotros faroleando y el, guitarreando. De una lo llamamos el Hombre del Cambur. Debió ser Nerio el autor del título, porque como todos saben, esas bullycosas a mi no se me ocurren.

Tengo dos amigos queridos que son especiales.  (Por favor… no preguntarse mis otros amigos queridos porque no los menciono, ya les tocará). Gente muy sencilla muy humana muy querida y que son básicamente buenas personas: Miguel Astor y Albert Hernández.

(Me pregunto, cuándo les daremos el título honorífico de Maestros de CUSIB Global Nro. IV y Nro. V, dado que las tres primeras posiciones ya han sido nombradas-aunque no oficialmente). Son personas de tal grandeza humana, que pienso yo, si no tendrá que ver con sus fechas de nacimiento. Ellos nacieron del 10 al 19 de octubre por allí… y la gente que nace por allí, en ese rango, son gente muy chévere. Creo yo.

Creo que también está Agustín y para demostrar que tengo razón, también están las morochas Benaim, y la coral de la USB. (Masná’).

Esto del hombre del cambur nunca pretendimos que fuera un secreto, pero tampoco andábamos voceándolo por los pasillos de Básico 1, ni en los pasillos de la Schola ni de Ave Fénix. Creo que lo sabíamos pocas personas- al menos oficialmente- . Recuerden que mucho de lo que no se dice, ya se sabe. Tenemos gente especialista en ese oficio.

Una vez, por aquello de que uno tiene que progresar y por el seudónimo encubierto, lo cambié a BananaMan-.  Y aquí, ya le dimos el rango apropiado. Nivelazo, pues.

Aunque el Miguel Astor ese siempre fue flaquito. Parecía un titiaro, pero ese tipo de cambur, no es muy popular que uno lo especifique. Poca gente lo conoce. De manera, que se quedó en algo más genérico: El hombre del Cambur.

Miguel lo recuerdo de sus días de guitarra en el grupo instrumental, de tenor en la Cusib, pero sobre todo lo que recuerdo con gran amor, fue la época  en que finalmente se decidió por la música.

Nos reencontramos cuando estaba a punto de graduarse con Alberto de dirección coral, y para su concierto de grado fundó un coro ad hoc, llamado Álvaro Fernaud. Dirigía a este corito y a la Schola. Y allí, también me colié con Nelson, Agustín, Mariflor, y Trina Amundaray. Siempre pensé que los que estábamos allí, era por la circunstancia de que éramos sus más queridos. Ninguna otra razón.

Y eso, si no se lo discuto a nadie. A Miguel, lo quiero mucho.

Preparamos  el concierto en la José Félix Rivas, que incluía entre muchas piezas, el Santiguao (que arrancó y paró en pleno concierto porque no le gustó el inicio).

Miguel me sorprendió haciendo sus propios arreglos. Por allí andan los arreglos de las canciones de Luis Laguna… Y la divertida canción de Los pollitos. Que es un arreglo fenomenal y creo que debería cantarse junto al himno nacional, por lo que simboliza: que todos nosotros somos pollitos y nunca llegaremos a viejos.

En ese coro hice mi primer solo… En realidad, creo que fue mi único solo, porque eso de ser marianocaleco  a mi no se me da. A menos que lleve dos whiskies encima, pero ese solo, que va en el Heladero con Clase, Alberto lo desapareció, y aunque lo hemos cantado muchas veces, ya no lleva esa singularidad. Me imagino, que es como si retiraran tu camiseta del line-up… porque más nunca lo hice, ni lo hicieron.  Para fortuna, quedó grabado y Miguel lo publico en YT. Con su permiso, les dejo el enlace porsia.

Al final concluyo que el hombre del cambur lo he tenido cerca  toda mi vida musical… Lo único que realmente nunca me he explicado es cómo un carajo que nació en Octubre, que es tan inteligente,  que es tan sabio,  tan maestro, que tiene tan buen corazón,  insista en ser caraquista.

Es algo que nunca entenderé…pero bueno. Nadie es perfecto. Andará de plácemes.

Ilustración por:

Daniel Bastidas Peña: (Ave Fénix, Tenor)

Daniel «Danu» Bastidas nació en Caracas hace 48 años. Tan pronto pudo poner las manos sobre un lápiz comenzó a garabatear en cuanta hoja, pared o pasaporte se le atravesara. En sus años escolares a menudo lo sacaban de clases para que dibujara las carteleras. Después de bachillerato estudió Ilustración en el Instituto de Diseño de Caracas. Pero la vida de ilustrador no era tan fácil y glamorosa, así que le tocó diversificarse y trabajar tanto para agencias de publicidad como para productoras audiovisuales. Luego de años de ejercicio en el medio creativo, decide complementar sus conocimientos artísticos con nociones lingüísticas,  estudiando traducción en La Universidad Central de Venezuela. Hoy en día alterna entre ambas carreras según la demanda.
Instagram y Twitter son @danubastidas

image_pdfimage_print

One Comment

  1. Sergio Vitolo Reply

    Wooooow, me quito el sombrero con tu talento, no solamente musical, …….tu inmenso talento literario para echar los cuentos tan amenamente y con tanta gracia!!!!!!!!Salud…… te quiero grande!!!!!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *