Hoy presentamos el testimonio de una gran cantante de la fila de las contraltos de la Coral Universitaria Simón Bolívar. Maigualida Carvajal Colosi, nacida el 21 de julio de 1956 en Caracas, arquitecta por la USB, ingresó a la CUSIB el 7 de noviembre de 1978. Mientras caminaba por los jardines cercanos a la Casa del Estudiante escuchó que cantaban el cumpleaños feliz a algún afortunado y muy querido personaje, a juzgar por la belleza y la expresividad que traspasaban las paredes del salón de ensayos. Decidió entrar para formar parte de aquello. Nuestro maestro Alberto Grau estaba de vuelta y cumplía 42 años.
La familia del mago
En la efervescencia de la primera década del siglo XX una pareja de artistas muy especial, recorría las Américas con un espectáculo que fascinaba a todos los públicos. Eran R. Richardi (conocido también como Richiardi) y su esposa y asistente Rina, un ilusionista que dominaba a la perfección la habilidad de hablar sin mover los labios para imitar sonidos y voces al tiempo que ejecutaba sorprendentes movimientos para hacer aparecer y desaparecer toda suerte de objetos. Dicen que los magos conocen la esencia de todas las cosas, los secretos de los astros, descifran las imágenes de las nubes y comprenden los misterios del mar.
R. Richardi fue creando fábulas por todos los pueblos y ciudades que visitaba en los que iba dejando también a su descendencia a cargo de alguna familia pudiente que la cuidaría hasta su regreso. Se conoce que en Bolivia, también en Cuba y en Venezuela, le tocó a la ciudad deltana Tucupita darle la bienvenida a una de las hijas de la famosa pareja. La niña creció bajo el amparo de la familia Barroeta, quien la bautizó y registró con el único nombre que conocía su cuidadora. Esa niña se llamó Nelly Colosi.
El ocultista y ventrílocuo era muy respetado y reconocido por la pulcritud con la que ejecutaba sus trabajos de prestidigitación y a cambio recibía en todas sus presentaciones vítores, aplausos y aclamaciones de reconocimiento difíciles de olvidar.
Este mago se distinguía de todos los conocidos porque en alguna de sus actuaciones explicaba a su público en qué consistía el artificio que ejecutaba, dejando mucho más atrapado y sorprendido al espectador que, por supuesto, siempre quedaba con ganas de ver más.
En esa travesía por el Sur del continente a su paso por Perú su tierra natal, Richardi y Rina, tuvieron otro hijo que continuó la saga familiar con el arte que heredó de sus progenitores. Richardi Junior, como se le conoció, obtuvo en el año de 1982 el reconocimiento internacional más importante de la Academia de Artes Mágicas – Magic Castle, en Hollywood y fue nombrado Mago del Año.
Aquella niña, nacida y criada en Tucupita, Nelly Colosi, creció con una educación exquisita y cuando tuvo edad contrajo matrimonio con Vicente Emilio Carvajal. De esa unión nacieron sus primeros cuatro hijos. Maigualida, nuestra protagonista, fue la menor, también atendidos por la Tata, la cuidadora que dejaron los abuelos magos. Tras los avatares de la historia, Nelly en segundas nupcias contrajo matrimonio con Jorge Abello, con quien tuvo otros dos hijos, convirtiéndose en el padre de una gran familia de seis.
El testimonial de hoy tiene la virtud de que la protagonista, nieta del gran mago Richardi, es capaz de atrapar nuestros sentidos para mostrar su esencia, su saber y su conocimiento de la vida de un modo sutil pero muy rotundo que no deja duda de la calidad de su ser: amante del arte, la libertad, la creación, de una honestidad incuestionable transmitida en su imagen y en su obra.
Maigualida Carvajal Colosi viene con música incorporada. Ha sido delicioso rastrear su historia personal en busca de sus huellas al paso por este mundo, oportunidad para entender y hallar la explicación del por qué razón hay seres tan especiales, fascinantes y apasionados que son capaces de cautivar hasta a los más descreídos.
Maigualida, carnet 1974, se hizo arquitecta en la Universidad Simón Bolívar y es recordada en los jardines de la universidad y de los caseríos vecinos de Sartenejas por sus cantos de trovadora, algunas veces acompañada por los serenateros del grupo instrumental, Nerio Casanova, Jorge Sequera, Nelson Machado y Orlando Castillo (+), quienes la asistían para complacencia de todos.
Maigualida quiso desplegar sus alas en Europa y logró obtener una beca para estudiar en uno de los institutos de diseño más reconocidos del mundo, la Scuola Politecnica di Design de Milán, donde además vivió una de las épocas de mayor incandescencia política estudiantil, disfrutando también con su canto por donde iba. Tuvo que regresar a Venezuela porque en esa época comenzaron a ser reprimidas las manifestaciones juveniles en las que ella sin notarlo se vio envuelta.
Siguió sus estudios en la USB y una vez graduada de arquitecta compartió sus primeros años de ejercicio profesional en el campo del diseño y la construcción civil. Emprendedora por naturaleza, dirigió por más de 20 años sus propias empresas: «Recaproyectos» de diseño, coordinación y montaje de eventos privados y corporativos, tanto en Venezuela, como a nivel internacional. Hoy se encuentra radicada en la Riviera Maya, concretamente en Playa del Carmen, Quintana Roo, México, donde decidió reinventarse tras emigrar. En el Caribe mexicano ha continuado su carrera con diversos proyectos en su área profesional, pero también abordando iniciativas en áreas vinculadas.
1980: Una gira inolvidable
Tuve la grandísima fortuna de haber asistido a la gira de la Coral Universitaria Simón Bolívar de 1980, que sin lugar a dudas cambió el curso de mi vida como la de muchos de nosotros. Allí comenzó para mí una gran historia en la que Maigualida Carvajal ocupa un lugar inmenso.
26 de julio. Habíamos llegado al Grand Auditorium de l’UNESCO en París a preparar el concierto que daríamos esa tarde en el 125 avenue de Suffren. Con algunos signos de nuestro trastocado reloj biológico a tan solo 48 horas de haber arribado a la capital francesa, nos encontramos allí para darlo todo en nombre de nuestra Universidad Simón Bolívar, de nuestra gran Venezuela. Respirar el aire de esa magnífica sala y transformarlo en música bajo la dirección de nuestro director Alberto Grau en aquel auditorio en el que solo los grandes hombres y mujeres son escuchados, es difícil sentir mayor honor.
Así comenzaba ese magnífico día y en la primera sesión de tiempo libre de aquella jornada no sé por qué razón, llegué con un grupo a la Gare D’austerlitz a tomar el metro rumbo al Centre Pompidou. Íbamos en el vagón apiñados, maravillados, riendo. Luego de un trasbordo a la línea 4 llegamos a la estación de Châtelet, aunque alguno de los nuestros insistía en que se llamaba Sortie, eso se hizo leyenda.
En aquel momento ya nos había invadido un sentimiento de manada, al menos yo me sentía parte de una tropa que se desplazaba compartiendo un mismo ritmo al tiempo que nos traspasaba una fuerza, eso que llaman unión, todos pendientes de cada uno y del otro, cuidándonos de no perdernos.
Llegamos a ese gran patio inclinado que antecede a la moderna edificación, para aquel momento «recién» inaugurada (1977), y Maigualida dio rienda suelta a su verbo, dictando lo que se llama una cátedra. Como estudiante aventajada de arquitectura con 3 años de estudios de diseño en Milán, describía cada uno de los elementos que componía aquella estructura «industrial» llena de conductos, tuberías coloridas y escaleras, de un modo fascinante. El Museo Nacional de Arte Moderno de la República Francesa (el Pompidou) rompía, por sus formas, con toda la tradición arquitectónica de finales del siglo XIX común del lugar, siempre se le ha visto como una estructura absolutamente disruptiva, fue el motivo para que yo a mis 17 años quedara absolutamente prendada.
Para nuestra alegría este centro alberga en su interior una de las más grandes colecciones de arte moderno y contemporáneo del mundo y en aquel momento tenían en una de sus salas una extraordinaria muestra de obras de Carlos Cruz Diez y de Jesús Soto que, por supuesto, aprovechamos de ver. Cuesta imaginar la potencia del aprendizaje que significó para mí aquel día.
La noche del 26 de julio de 1980 dimos un concierto que fue reseñado como memorable. Auspiciado por la delegación permanente de Venezuela ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) se inauguró para muchos de nosotros un sendero comprometido con el arte, la disciplina y el trabajo que llegó hasta nosotros por la vía del canto coral. 43 años después seguimos recordando y agradeciendo haber podido vivir aquello.
Así comenzaba la gira que duró 45 días durante los cuales se llenaron nuestras alforjas de experiencias musicales y humanas dignas de la existencia de este Proyecto Documental, nacido para que los años no borren de la memoria un país magnífico que dio a todos los suyos las más grandes oportunidades educativas y de formación que pudieran existir. De allí surgieron también amistades como esta que continúa alimentando nuestras almas y permiten que nos maravillemos 4 décadas después, de las increíbles historias que componen nuestras vidas y que ahora con estos testimonios tenemos la oportunidad de conocer.
«Creció una flor a orillas de una fuente…» conocimos a Maigualida haciendo lo que siempre ha amado, cantar. Su voz nos regalaba tonos y canciones frescas, utópicas, profundas unas, más simples otras, pero siempre mágicas en su voz. Para nuestra fortuna, descubrió el canto que nos unía y nos une; ese río la arrastró junto a nosotros en ese torrente sonoro y polifónico del cual es muy difícil, si no imposible, orillarse. Su presencia y trabajo han sido un privilegio para quienes encontramos en la música coral, en la Cusib, la real simbiosis de música y amistad.
Aquiles Torres
Al conocer la historia de Maigualida es dificil ver el testimonial que acompaña esta presentación, sin hacerse la pregunta sobre «la importancia de tener unos abuelos magos». Nos cuesta resistir el encantamiento de su sabiduría al explicarnos la experiencia que produce el cantar, definido por ella como algo que ocurre en un plano más allá del presente «una mezcla de arte, de sentimiento, de trascendencia que nos marcan»(…) «Nos vamos sumando en el trabajo colectivo como pedacitos de una totalidad y eso es mucho más importante que el trabajo individual».
Yo aprendí cantando en coros que todos somos una pequeña parte de un gran todo
Maigualida Carvajal
Bellisimo Maigualida, todas esas experiiencias somo una sumatoria como tu dices. Somos parte de un todo.
Gracias por conocerte mas.
Queridos amigos del Proyecto Documental
Hemos visto hoy la hermosa entrevista de Maigualida Carvajal, con todos sus maravillosos recuerdos expresados de una manera amena y emotiva.
Alberto recuerda con mucho afecto todos los momentos que ella narra, así como su presencia durante tantos años en la Cusib y en La Schola.
Yo la recuerdo también como compañera de cuerda en las contraltos de la Schola y como amiga querida de la familia, y más adelante como apoyo afectuoso de nuestra hija Mercedes Teresa.
Mil gracias Maigualida por tus testimonios!!
Bravo a todos