«No alcanzo a recordar detalles específicos de aquel día tan significativo del año 1977, pero recuerdo claramente la impronta emocional que dejó en cada uno de nosotros. La emoción de cantar en aquel parque de Barcelona, España en una misa en homenaje al Orfeón Universitario de la UCV caído en las Islas Azores un año antes, es indescriptible.
Cada nota y cada armonía de aquella pieza musical llamada CÁNTICO de Vicente E. Sojo, que habíamos interpretado infinidad de veces, ahora se oían distinto, resonaban en nuestros corazones con un profundo sentido de propósito. Tratábamos a través de nuestro canto, expresar nuestro amor, gratitud y respeto por aquellos que como nosotros compartían la pasión por el canto coral, pasión que de alguna manera nos hermanaba.
Sentí en ese momento sagrado, que nuestras voces se elevaron como un tributo, con la intención de traer consuelo y esperanza a quienes lloraban la pérdida, pero lo logramos a medias, porque al final nosotros también llorábamos al unísono. Yo sentía como que la música se convertía en un bálsamo para el alma, tejiendo una conexión etérea con aquellos que habían partido. »
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