Este BLOGUETÍN esta reservado para SOLO hijos. Es que al final, todo lo que hacemos o decidimos hacer, cambia, cuando ya tenemos hijos. En esta oportunidad, dos textos y dos videos de:
- Daniela Santelmo Vogeler.
- Ricardo Salas Fábregas.
- Avigail Corry.
- Valenti Sequera Senprún.
Con estos chicos, completamos esta fase de testigos presenciales de Voces que Abrazan. Y a ellos, debemos agregar los invitados de la semana pasada, que podreis releer en el Bloguetín Anterior:
- Irene Pirca.
- Jorge Casanova Ferrando.
- Cecilia y Milagritos Mariño Giménez.
- Sebastian Mendoza Giannotti.
Daniela Santelmo Vógeler
Me parece impresionante el hecho de que ninguno dedica su vida al canto y, sin embargo, todos sacan el tiempo de sus vidas para reunirse una vez más a cantar y recordar. Pensar que dedican tanto esfuerzo simplemente por amor al arte, por nostalgia, por revivir momentos que los hicieron felices y que siguen haciéndolos felices al día de hoy… Creo que para mí, más allá de las bellas voces y canciones, eso es lo más emocionante. El ver cómo luchan por mantener un grupo y una tradición tan fuertemente, y poder percibir de tan cerca lo especial que es para todos. Al final, todo eso se percibe de lejos cuando están en tarima.
Ricardo Salas Fábregas…!!!!!!!!!!
Avigail Corry
Mamá, yo quiero saber…
Valenti Sequera Senprún
Cuando yo era pequeña, imaginaba que todos los padres de mis amigos estaban en un coro. De lo contrario, ¿de dónde venían sus madrinas? En algún punto comencé a sospechar que tal vez lo del coro no era algo tan común.
Primero porque no todos mis amigos sabían lo que era un coro. Pocos habían cantado en alguno y en definitiva, ninguno tenía que asistir a eventos en lugares varios a ver a otros coros cantar. Estaba rodeada de música y de uniones de hace años. De chistes incomprensibles y de relatos que iniciaban con “cuando fuimos a Aberdeen…”. Ninguno de mis amiguitos tenía esto. Era algo nuestro.
Siempre pensé que eventualmente iba a encontrar mi camino a algún coro y hacer mi propio grupo de amigos y de giras y de madrinas y padrinos… Pero eso nunca pasó. Conseguí otros hobbies, otra vida, otra gente y ese siempre siguió siendo el único coro en mi vida. Sin mucha explicación, o nombres o categorías. El Coro y todo el árbol genealógico que eso implicaba para mí.
Así que hace unos años, cuando dijeron que el Coro se iba a reunir, entendí el impacto como propio. No lo es, por supuesto. Pero se le acerca.
El año pasado vi la reunión por Youtube. Llorando de principio a fin y haciendo comentarios en vivo a través de chats que jamás había usado. Sentía una gran sensación de pérdida y de recupero. De pausa y de play. De alegría propia y de nostalgia ajena.
Ese año, mi mamá no pudo asistir al concierto. Mis hermanas y yo estábamos destrozadas. Recuerdo que nos escribíamos en el grupo de hermanas preguntándonos cómo se estaría sintiendo mi mami porque durante el concierto no había respondido a nuestros mensajes. Y luego, ya hacia el final, apareció. Todo bien. Súper contenta y feliz de haber visto el concierto. Me pareció extraño explicarle que nosotras estábamos desoladas y listas para consolarla para que luego ella estuviera tan tranquila. Pero bueno… Gracias a Dios, esa vez sí cantaron Te quiero y pude echarle la culpa por la cara hinchada y la lloradita.
Fue muy emocionante poder verlo. Se me aguaron los ojos cuando vi a mi papá entrar al escenario. ¡Mi Padrino! Grité a nadie cuando lo vi pasar, así como grité el nombre cada vez que reconocía a alguien en el video. Canté las canciones que me sabía y lancé al universo las ganas de que mi mamá pudiera asistir al próximo y, como al universo uno le puede pedir sin restricciones, extendí la petición para que me incluyera.
Así que henos aquí….
Un año y mucha ayuda después (Gracias, ¡mil gracias!). Mis padres en Madrid y las hermanas, cada una en su país de residencia imaginándonos cada detalle del esperado reencuentro. Y obviamente, silencio. Porque también los padres se olvidan de prestarle atención al celular cuando se están divirtiendo. Una que otra foto nos hace entender cómo está procediendo todo. Imaginar los ensayos, las aventuras, las risas.
Me encuentro en Madrid. Acabo de llegar en un avión que me trae del quinto país al que he emigrado, acompañada de la única persona a la que alguna vez he considerado mi pareja, Bernardo.
Por supuesto, vamos tarde. Y digo tarde porque no hay suficiente tiempo para hablar horas y horas antes de que inicie el concierto. Yo, la culpable del retraso, apuro a Bernardo que no entiende la insistencia en que se mueva teniendo en cuenta que aún falta una hora para el concierto y, a decir verdad, tampoco entiende la palabra “¡apúrate!”.
En la entrada están Irene y Gáspare. Dos de mis mejores amigos, mi coro que nunca fue, mi grupo. A Gáspare, lo conocí en la Universidad. Y ha tenido todos los cargos que pude haber repartido en un coro del tamaño de Cusib Global. A Irene, la conocí en el teatro y luego nos dimos cuenta de que su mamá también cantaba en un coro. Me corrijo, no en cualquier coro, en El Coro. Porque el universo decidió que me haría falta una persona que me demostrara que no todo lo que pensamos de pequeños son fantasías, Irene.
Entramos a la sala y ahí comienzan los relatos a Bernie. Usualmente, cuando debo aclararle a alguien de dónde conozco a alguno del coro o a sus hijos, me ahorro las explicaciones y digo: “Es mi prima”, “es mi familia”. Pero como ahora Bernie también es mi familia, hago el intento de explicar tratando de no sonar como si estoy narrando un capítulo de Game of Thrones.
- Ella es la esposa de mi padrino y como mi madrina adoptiva.
- Ella es la hija mayor de la madrina de confirmación de mi hermana mayor y de bautismo de mi hermana menor y como si fuera mi otra madrina adoptiva. Y mis papás, son padrinos de su hijo menor. Veo la confusión en sus ojos.
- “¿Y tu Madrina?” Le explico que no todo el mundo pudo venir y él me pide que deje de presentarle a la gente con rangos adoptivos. Lo entiende, todos somos familia.
Inicia el concierto, más puntual de lo que me hubiera gustado, con otros coros. Nos emocionan, sí. Pero veo el espacio vacío, los instrumentos aún sin tocar y se me acelera el corazón a la expectativa de lo que se viene. “Deja que veas a los míos”– le digo a Bernie.
Finalmente es su turno. Suben al escenario y lo llenan por completo, el público contiene el aliento.
“Unidos trabajemos por el hombre,
la ciencia, la conciencia y la verdad…”
Algunos en el público se ponen de pie de inmediato. Los que no, lo hacen en cuanto Alberto Grau desde la esquina hace señas indicando que debemos hacerlo. Los himnos se escuchan de pie. Y yo, que no tengo ni idea si mi aula mater tiene o no himno, me pondría de pie en cualquier lugar para escuchar este.
Me recuerdo a mí misma de tomar nota. De no pensar en pajaritos preñados. De observar cada detalle. Como si quisiera absorber ahora particularidades que dejé pasar en otros tiempos. Noto que en el público hay gente tan nerviosa como en el escenario. Noto que nervioso no es un sinónimo de emocionado, aunque se sienta parecido. Y noto que hay gente que canta con una sonrisa en la boca. No voy a nombrar nombres pero todas las Cristinas lo hacen. Cantan y sonríen. Cantan y gozan. Otros, son más serios. Todos, concentrados en la persona que tienen en frente y cuyas señas secretas conoce sólo la gente que ha estado en un coro.
Tal vez es parte de mi imaginación pero aún recuerdo de mi infancia, a una María sonriente, que me miraba única y exclusivamente a mí. Que susurraba desde lejos la letra de las canciones y a la que yo contemplaba fascinada, añorando tener una cabellera blanca como la suya.
Alberto Grau en cambio era, aún de chicos, un hombre inalcanzablemente alto y extrañamente sonriente. Era de esas personas que no puedes mencionar sin el apellido y que mi mamá describía como Oído absoluto. Yo que nunca he sido absolutamente nada, no puedo sino admirar desde lejos el efecto que tiene en el grupo, en el teatro, en la música.
Atesoro cada canción. Repaso cada cara en busca de una historia y hago un apunte mental para preguntar luego. Mamá, yo quiero saber… de dónde son los cantantes. ¿De dónde vienen todas estas maravillosas personas? ¿A dónde irán después? ¿Cómo iniciaron su vida en el coro? ¿Cómo supieron que los coros existían? ¿A dónde van luego de esto? No conozco la historia de cada uno de ellos, pero me encantaría.
El concierto comprimido en un sólo suspiro. De felicidad, añoranza, agradecimiento y ganas. Muchas ganas. Por ellos, por nosotros, por todos.
Se acercaba la hora del final. Anuncian la última canción y aprovecho el alboroto para gritar: “¡Te quiero! ¡Te quiero!”. Mi novio no entiende nada y Gáspare comienza a decir: “¡Tequeños! ¡Tequeños!”– generando un instante de ilusión y confusión. Y entre risas, me doy cuenta de que mi petición no ha sido escuchada e inicia la salida del escenario, entonando “De cara al viento, saldremos al camino…”
Menos mal. Soy una masoquista y un Te quiero me habría destrozado. Aquí no hay espacio para el llanto. Esto es una celebración. Una fiesta. Una ovación a la inspiración, al esfuerzo, a la pasión y a las meras ganas de no dejar que lo bueno quede en el recuerdo. Que sea un ahora. Que sea un futuro. Y que no quede nadie sin venir.
Amé el reencuentro. Amé Madrid de nuevo y me quedé con un montón de reflexiones atoradas en la garganta y unas cuantas ideas de telenovelas que tal vez nunca escribiré.
Me siento reflexiva en el regreso a mi nueva casa. Mi novio habla en alta voz con su mamá y le cuenta del viaje. Yo lo dejo que hable y aprovecho que todavía siento el aire de Madrid en los pulmones para lanzar al universo otros cuantos deseos. Ella pregunta. “¿Y pudieron ver a los papás de Valentina?” Él dice, “¡no sólo a ellos. Es que tiene demasiada familia!”
Y sí. El coro habrá sido de los padres pero para nosotros se hizo casa, canción y familia. ¡Gracias por esto, padres! Les agradezco la gente bella que llenó mi infancia y también este concierto tan inspirador del que salgo pensando que, para mí… Este es el secreto de la vida. Elige una cosa que te guste y hazlo con montón de gente.
Nos vemos en el próximo.
Ya verás, tú verás.
Demasiado emocionante leer y escuchar a estos chicos que hemos visto nacer, crecer y convertirse en personas exitosas y con una labia que hubiera querido yo tener a su edad.
Definitivamente, nuestro rol de padres, padrinos y amigos de la vida y de por vida, ha sido el mayor éxito que hayamos podido cosechar.
No puedo sentirme más orgulloso de pertenecer a este grupo coral, que nos ha deparado y nos seguirá deparando tantas emociones y satisfacciones!